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miércoles, 18 de noviembre de 2015




Carta sin título

Los hechos sucedieron a mediados de los mil novecientos ochentas. Yo los conocí al principio de los noventas por medio de una de las personas más cercanas al niño; una de las tres o cuatro cuyas vidas quedaron marcadas y, a raíz de aquello, nunca podrían volver a valorar al mundo como otra cosa que un montón de basura. El conocimiento de este asunto fue el primer motivo para que me interesara en escribir, porque se quedó en mi mente como suciedad en el riel de una puerta corrediza; cada vez que intentaba abrirla sentía la obstrucción. De alguna manera quería contarlo todo, pero no encontraba la forma. La primera intención, impulsado por la rabia y el asco, fue desarrollar una crónica completa con nombres propios, fechas, lugares y todas las condiciones de una denuncia, pero, por fortuna, antes de terminarla, la misma persona que me refirió los hechos me hizo desistir haciéndome caer en la cuenta de que, primero, la denuncia pasaría inadvertida y sería ocultada y tergiversada como lo fue la presentada ante las autoridades, ya que los responsables pertenecen a una organización cuyo estatus y poder les confiere carácter de intocables, y, segundo, porque revivir el caso significaba volver a abrir las heridas de las personas inocentes que se vieron afectadas, y convertirlas de nuevo en carne de morbo y escándalo.
La segunda intención fue una novela basada como tantas en un hecho real. Fueron casi quince años pensando la forma como debía resolver la inquietud, durante los cuales escribí tres novelas y algunos relatos sobre otros temas. Empecé a desarrollar la historia unas seis o siete veces, pero no más en las primeras páginas ya me parecía que cualquier enfoque con apariencia de ficción constituía una falta de respeto hacia la penosa verdad. Por último reconocí que nunca lograría ser tan gráfico como lo fue el niño, y es por eso que preferí simplemente intentar transcribir su pensamiento, porque ninguna interpretación o adaptación ajena conseguiría más que llenar ese dolor de adornos que atenuarían la crudeza de la realidad.
La carta que van a leer no es la original, ya que ésta fue destruida en medio del sufrimiento e indignación de las primeras semanas. Es una reconstrucción realizada a conciencia en compañía de los dos únicos seres queridos que conocieron la real, y la leyeron tantas veces que la aprendieron casi literalmente y, según ellos, aunque puede haber pequeñas diferencias en la redacción, ortografía y gramática, quedó completamente fiel a los sentimientos, momentos y motivaciones que él niño expresó en la suya. Sólo se han cambiado nombres y omitido detalles que podrían revelar características del hecho específico. No hay más que agregar, ustedes sacarán sus propias conclusiones. La carta decía así:

 “Mamá, papá, les pido su perdón. Discúlpenme si esta carta tiene errores, o si es muy enredada y les cuesta trabajo entenderla, pero es que me siento destrozado y no sé si voy a poder escribirles mis ideas en orden. Yo sé que los estoy haciendo sufrir mucho más de lo que han sufrido con cualquier otra cosa en su vida. Sé que ustedes pensarán que tienen la culpa de esto, pero quiero decirles que no es así. Ustedes no tienen la culpa. Ustedes lo único que hicieron durante toda mi vida fue darme mucho amor, y hacer todo lo que tuvieron al alcance de su mano para darme bienestar, para formarme como una persona de bien, y para ofrecerme el mejor porvenir. Gracias, de verdad, gracias por ser todo lo que fueron para mí, y cuando les explique las razones que tuve para hacer esto, espero que me entiendan y se convenzan de que fue lo mejor para mí, para ustedes, y para él.
Lo que pasa es que no le veo ningún futuro a mi vida. Ahora, cuando estoy cumpliendo catorce años, miro hacia afuera de mi colegio y no veo que haya nada bueno para mí. No me imagino lo que podrá ser mi vida a los veinte años, o a los treinta, y mucho menos que llegue a ser un viejo. No vale la pena. Creo que ya viví todo lo que querría vivir, y que por todo lo que está pasando no lo voy a poder volver a vivir.
Sé que ustedes se van a echar la culpa, y todos los demás le van a echar la culpa a mi Miguel, y quiero dejar muy claro que no es así. Él no tuvo la culpa. La culpa fue toda mía, por haberlo metido en este problema, en este escándalo que lo está perjudicando tanto. Desde hace tres años, cuando empecé a asistir a su oficina a las charlas de sicología, sentí que estaba donde debía estar. Sus consejos sabios, sus caricias y todo el cariño que me daba, me hacían sentir que en todo el mundo no podría haber nada mejor. Cuando me enseñó a acariciarlo, a amarlo, a darle placer, sentí que mi vida tenía como objetivo amar a ese hombre y hacerlo sentir todo ese amor. Ese médico infeliz, ese desgraciado al que me obligaron a ir a que me examinara es un mentiroso, es un ignorante que no sabe diferenciar las heridas de violencia de las señales del amor. Aún cuando mi amor me maltrataba y me hacía llorar de dolor con sus caricias deliciosas, en cada una de mis lágrimas le entregaba mi ser y me sentía como un ángel disfrutando del favor de Dios. Cuando me compartía con otros no sentía ningún dolor con las maravillas que me regalaban, cada gota de sangre que salió de mi cuerpo fue un tributo que le hice con gusto, con orgullo, como el más sublime sacrificio con el que se puede demostrar el amor.
Lo amo y no soporto que por mi culpa vaya a tener problemas, que lo vayan a sacar del sacerdocio que quiere tanto, que es la razón de su vida, o que lo vayan a castigar, y menos, lo que más me duele y es lo que está acabando con mi vida, es que por mi culpa lo van a trasladar. Lo van a mandar a otro colegio en otra ciudad. Va a conocer a otros alumnos y con seguridad se va a enamorar de otro. No soy capaz de vivir sabiendo que otro pueda estar sintiendo lo que yo sentí y lo esté besando, acariciando, y haciendo con él todas las cosas que hicimos juntos. Eso no me dejaría vivir. Me voy a quedar sin él, solo, desesperado, y señalado por todo el mundo, rechazado, y tachado como un homosexual despreciable. Yo no soy homosexual, a mí no me gustan los hombres, a mí no me gusta sino él, y no lo veo como a un hombre, sino como a un espíritu puro que merece tener todas las cosas buenas que la vida le pueda dar. No me molesta el odio que alguien me pueda tener por lo que hice, no me importaría que el mundo entero me odiara, pero lo que no voy a poder soportar es saber que ustedes y otras personas que me han querido sientan lástima por mí. Eso no soy capaz de soportarlo. Que me lleven a donde otros sicólogos o siquiatras no lo voy a aguantar, porque ninguno me podrá guiar como él ni hacerme sentir tan bien como él. Todo lo que pasó fue porque lo acepté, fue porque quise, él no me obligó a nada. Cuando me empezó a mostrar el camino del amor lo seguí porque quise, me entregué a él con pasión y orgullo, y él lo único que hizo fue responder a mi amor. Porque la moral que él me enseñó me obliga, y porque me salió del alma, ya le mandé otra carta en la que lo libero de toda culpa y le reafirmo mi amor, y confieso que fui yo el que lo conquistó a él, para que se la muestre a los que lo están molestando y juzgando, y sepan que la culpa fue toda mía. Me voy de este mundo, con la tristeza y la desesperación de saber que fui el causante de todas las cosas penosas que le están pasando a mi adorado Miguel, al dueño de mi cuerpo y mi alma. Él no se merece esas cosas.
No sé qué más decir. Tal vez sólo que cuando vean mi cuerpo estrellado en esa acera no sufran por su aspecto porque, por mal que me vea en ese momento, quiero que sepan que me fui feliz. Feliz de este sacrificio por amor, con el que les voy a quitar problemas de encima a mi amado y a ustedes. Yo sé que Dios ya me perdonó, porque mi Miguel me enseñó a pedirle perdón, y Él nos lo dio con su infinita bondad, porque sabe que lo que sentimos los dos fue un amor puro que no le hacía daño a nadie, y que le entregamos a Él para que nos lo purificara aún más. Dios fue testigo de nuestro amor, y lo aceptó porque era el del mejor de sus hijos y representantes, por el de su más fiel devoto. Mis lágrimas del dolor físico y mi sangre que le regalaba a mi Miguel, también eran para Dios, para que con esos sagrados sufrimientos se glorificara en nuestro amor. Sé que voy a estar al lado del Señor, quien me va a cuidar en su paz hasta que llegue allá mi Miguel y pueda volver a estar con él. Cuando ustedes lleguen me van a ver feliz, y vamos a poder estar juntos allá, en el cielo, donde de verdad saben lo que es el amor y lo entienden, no como aquí donde las envidias y la ignorancia hacen que la gente odie el amor que puede estar haciendo dichosos a otros.
No tengo más que decir. Mi mamá linda, la mejor mamá del mundo que me dio tanto amor. Mi papá bello, el mejor papá del mundo que me dio tanto orgullo. Los adoro, los quiero, ustedes y mi Miguel son lo más grande de la tierra. Les dejo un abrazo y un beso que les dure para todo el resto de sus vidas, y los espero para que nos volvamos a reunir en la paz del Señor. Los amo, cuídense.

Su feliz hijo, su Ricky”.